Hace tiempo me llamó un cliente que estaba mosqueado con un empleado suyo. Me dice:
—Oye, mira, tengo un tío de baja por lumbalgia desde hace meses, y no sé… algo no me cuadra.
Total, le pregunto un poco más, porque ya te digo que estas cosas suelen oler mal desde el principio. Me cuenta que el trabajador le dijo que no podía levantar ni una caja de 500 folios, pero que a él le suena raro.
—Yo creo que me la está pegando, pero no tengo cómo demostrarlo.
Le digo:
—Mira, lo de la lumbalgia es un clásico, pero vamos a asegurarnos antes de dar pasos en falso.
Le sugiero contratar a un detective. No siempre es necesario, pero en estos casos, si no tienes pruebas, no puedes hacer nada. El cliente acepta.
Un par de semanas después, me llama el detective.
—Tienes que ver esto.
Y, claro, ahí lo tenemos. El empleado, que según el médico no podía moverse, estaba trabajando en una discoteca de la costa. Sirviendo copas, bailoteando, como si nada. No un día suelto, no. Debía llevar todo el verano allí, a pleno rendimiento.
Le mando los vídeos y las fotos al cliente, y su reacción fue un poema. Primero silencio, luego:
—Pero este tío… ¿me toma por imbécil?
Preparamos todo: despido disciplinario con todas las pruebas bien documentadas. El tipo ni lo reclamó. Y, encima, el resto del equipo entendió que aquí no se pasa una.
Te lo cuento porque este tipo de cosas pasa más de lo que crees.
Si algo no te cuadra, escucha esa intuición. Y si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy.